Red Vibratoria.
A veces tengo la sensación de que lo que llamamos espacio, tiempo o gravedad no existen como creemos. No digo que sean mentira, pero sí que podrían ser el resultado de algo más sutil, más profundo. Una red vibratoria, por ejemplo. Una vibración que no esté “en” el espacio, sino que sea justo lo que lo genera.
Red Vibratoria
Es una idea que no surgió de libros, ni de teorías. Surgió de la observación. He visto el campo energético de muchas personas. He visto cómo la energía se mueve como si tuviera su propio lenguaje. He visto ondas subir y bajar, bloqueos que giran y desaparecen, zonas colapsadas que se reorganizan con solo observarlas, o con una intervención precisa desde la conciencia. Y todo eso, con el tiempo, me llevó a pensar que quizá el cuerpo no es lo que sostiene la conciencia, sino al revés. Que la conciencia sostiene el cuerpo. Y también lo que entendemos como espacio, tiempo, forma.
No vivimos en el espacio. Somos parte de una red vibratoria que lo crea cada instante.
A veces aparece una imagen. No la llamaría visión, ni tampoco pensamiento. Es algo entre ambos. Una imagen de una red. No una red como una telaraña, sino una red vibratoria, como una trama viva en la que cada punto resuena, se afina, se desajusta, se reequilibra. En esa red, el espacio no está dado: aparece cuando la red se estabiliza. Lo mismo con el tiempo. Lo mismo con lo que sentimos como gravedad. Nada de eso es “de por sí”. Todo eso sería un efecto de la armonía o el desorden en esa vibración.
Y entonces, ¿qué somos nosotros? Quizá un nudo más de esa red. Un lugar donde la conciencia se pliega y se despliega. Un campo dentro de otro campo. Un cuerpo que vibra como una nota en una partitura más grande. Una nota que puede afinarse. Que puede desentonar. Que puede incluso volverse parte del silencio y después volver a vibrar.
No quiero hacer de esto una teoría. Tampoco quiero convencer a nadie. Sólo lo comparto porque, de alguna forma, siento que puede resonar con otros. Y si al leerlo, alguien se detiene un momento a sentir su cuerpo como un campo vibrante, o a mirar el espacio que lo rodea como algo vivo y cambiante, entonces ya vale la pena.
Nada más.
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