
lLa exigencia, camino al sufrimiento
Exigirse puede parecer un acto de superación, pero cuando nace desde la rigidez o la comparación constante, se transforma en una forma de violencia silenciosa. Una presión interna por estar a la altura de algo que nunca se define del todo, pero siempre está un poco más allá. Y ese “más allá” se vuelve una meta que no descansa, que nunca se alcanza del todo.
Vivimos entonces bajo una lupa interna implacable. Nos juzgamos por no rendir lo suficiente, por no ser “mejores”, por sentirnos cansados, por no tener ganas. Incluso por tener miedo.
¿Qué ocurre cuando vivimos con la exigencia?
Que la paz se vuelve inalcanzable. Porque cuando todo es “deber”, el “placer” se convierte en culpa. Cuando todo es “logro”, el “descanso” parece una pérdida de tiempo. Cuando todo es “control”, el “sentir” empieza a molestar.
Quizá no se trata de dejar de hacer, ni de renunciar a nuestros sueños. Tal vez la clave está en cómo nos tratamos mientras avanzamos. Si la voz interna que nos guía suena más a amenaza que a ternura, es posible que estemos caminando hacia el sufrimiento, incluso cuando estamos cumpliendo objetivos.
Una forma diferente de avanzar
Exigirnos menos no significa rendirse. Puede ser, simplemente, comenzar a cuidarnos de verdad. A veces, lo más sanador no es hacer más, sino hacer espacio. Un espacio para escucharse sin juicio. para reconocer que no todo tiene que ser productivo, útil o perfecto. Que estar vivos ya es bastante, que merecemos amabilidad, incluso cuando no rendimos.
- ¿Desde dónde me estoy moviendo?
- ¿Para quién estoy corriendo?
- ¿A qué precio?
Tal vez no haya respuestas inmediatas. Pero permitirnos esta reflexión puede abrir la puerta a una forma de vivir más humana, más compasiva y más libre.
Quizás, desde ahí, algo empiece a aflojar.