Una vez un discípulo increpaba al maestro, hasta en su tiempo libre, porque tenía ansias y mucho entusiasmo por saber, por encontrar respuestas. Todas las que encontraba en los demás, todas las repuestas que encontraba en los libros, eran insuficientes, incluso las del maestro no eran respuestas que le ayudaban, sentía que no era suficientemente buenas para sus necesidades.
Discípulo de buda. Historia: El discípulo con ansias de saber
El maestro se enteró un día que este discípulo iba diciendo que las enseñanzas no terminaban de responder sus preguntas. El maestro con toda paciencia, sin caer en la trampa mental del discípulo, optó por no responder y ordenó que nadie respondiera a sus dudas, que no pudiera consultar los libros del templo y ni tan siquiera los libros de la biblioteca del pueblo.
Cuando el discípulo se dio cuenta de que estaba solo ante él, ante las dudas, ante su comportamiento desmesurado, ante sus ansias, ante su nada es suficiente, ante su necesito y quiero saber, ante mis necesidades son tu responsabilidad, incluso en tu tiempo libre, ante el yo quiero y tú estás obligado porque somos todos de la Sangha. Cuando se dio cuenta de que estaba solo ante su vida, su comportamiento y ante sus pensamientos y emociones, fue al Maestro y le dijo que abandonaba el templo, que la Sangha no había podido cubrir sus necesidades espirituales. El maestro no respondió y cerró los ojos. El discípulo no entendía lo que sucedía, pero su egocentrismo disfrazado de entusiasmo por saber, le hizo esperar a que el maestro le dijera algo para entonces tener él la última palabra e irse dándose la razón de que las enseñanzas de ese templo no eran buenas y que no sabían tratar sus necesidades.
El maestro optó por callar, por mantenerse en actitud contemplativa en el momento, en la experiencia que le traía la vida en su relación con el discípulo. El discípulo vivía un torbellino de sentimientos, confirmaciones a unas supuestas afirmaciones imaginarias, desconsuelo, soledad y tristeza ante la actitud del maestro. No entendía cómo el maestro ante su dolor, su ansia de saber, su entusiasmo por las enseñanzas, podía quedarse inmóvil en actitud meditativa mientras él padecía por sus necesidades.
Ya estaba todo perdido. Solo quedaba rendirse y esperar a que el maestro rompiera su meditación y abriera los ojos. Decidió hacer lo mismo. Cerró los ojos y dirigió su mirada hacia él mismo. Al poco tiempo de acallar sus pensamientos, de aquietar sus falsas necesidades, de tranquilizar el torbellino de sentimientos, cuando pudo por fin conseguir algo de sosiego, vio en su imaginación una hoja de bambú moverse tan deprisa por el viento que la comparó con su mente inquieta. De pronto apareció en sus pensamientos un riachuelo, apenas era un poco de agua recorriendo un sendero cavado por años de erosión. En él la hoja de bambú que antes estaba agitada por el viento, bajada flotando en el agua, tranquila, bajaba sin prisa y parecía disfrutar del recorrido.
Cuando una sensación de paz y tranquilidad momentánea le embargó, el maestro abrió los ojos y le dijo: Esta es la actitud ante la experiencia de vida.
El discípulo se quedó en el templo y dejó de buscar para encontrarse con la paradoja de que su búsqueda continua, sus ansias por saber, cegaba su vista. Le vino a la memoria muchas enseñanzas del maestro, pero la primera que le dio nada más poner un pie en el templo fue la más importante y la que no recordaba ni había entendido hasta ahora. “El que busca sin saber qué busca, encuentra confusión.”
Lee de Caires Abril de 2020.
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