Sobre mí

Soy el cuarto hijo, aunque por mucho tiempo había pensado que era el tercero. Todo se debe a que antes que yo, junto con mi hermano, hubiera nacido una gemela si no fuera porque se trataba de una gemela –o gemelo–  evanescente. Me gusta pensar que era una chica.

Durante prácticamente toda mi vida, hasta hace unos cuantos años, mientras pensaba que era el tercer hijo, sentía que flotaba y que no tocaba tierra. No me encontraba en mi lugar y, por lo tanto, no era un sitio donde me encontraba cómodo. Y se notaba esa falta de «posicionamiento», o de lugar correcto, por todas las cosas que he hecho en mi vida. Gracias a todas esas actividades, he logrado ser quien soy actualmente.

>> Ahora lo veo con perspectiva y comprendo mi recorrido de vida. Todo se ha alineado para darme recursos en muchas áreas artísticas que utilizo en mi día a día. Bien sea para cuestiones profesionales o para ayudarme a comprender qué sucede en mí. Ha sido muy importante el conocimiento del cuerpo que me ha brindado la danza, o el entender al otro y comprender su momento con el teatro, escuchar la voz e intuir qué le está ocurriendo a la otra persona gracias al canto. Ver momentos estáticos, como fotografías, imágenes que se completan en mi mente hablando de un episodio de lo que ocurre por lo que estoy viendo. La escritura creativa me ayuda a entender ese lenguaje oculto y sublime que se esconde detrás de cada historia.

Sin embargo, todo estas actividades tienen sentido ahora. Por mucho tiempo lo vivía como algo vergonzoso, un sinsentido. Como dirían en Canarias, pareciera que no sabía dónde poner el huevo. Tan mal lo vivía muchas veces que fue tema de conversación en infinitas sesiones de terapias. Incluso diría que fue lo que me movió a buscar ayuda de un terapeuta.

El recorrido de mis terapias fue largo, muy largo. Escribo esto y me sale una sonrisa cariñosa y comprensiva. Empecé mi primera terapia “consciente” con veintipocos años. Digo consciente porque siendo muy pequeño, con seis años, al cambiarme de colegio, parecía que necesitaba la ayuda profesional. O por lo menos era lo que le habían dicho a mis padres en el colegio nuevo porque se cuestionaban si era zurdo o disléxico –ya dejaban entrever las capacidades educativas del colegio de curas. También era el año 1970, hay que ponerlo en contexto–. Al final, dejamos de ir a la consulta de las psicólogas porque no encontraban nada raro en mí, vamos, no tenían ningún diagnóstico. Por lo que dijeron que: El diagnóstico del niño es que es perfectamente “normal”. Esas barbaridades que se hacían en aquellos años donde lo «normal» y lo «anormal» se hacían hueco en el día a día de todos.

Trabajando en televisión y teatro, decidí hacer lo que durante muchos tiempo había deseado: Emigrar. Quizá la idea de emigrar desde niño afianzó más las ganas de irme cuando viajaba a hacer clases de Danza contemporánea en Nueva York o ver la calidad de espectáculos que veía. Todo empezó, si es que puedo decir que empezó cuando tenía unos 12 años, cuando venía a casa con panfletos de información de internados en Suiza, Inglaterra y Estados Unidos para que mis padres me enviaran a estudiar a cualquiera de ellos. Los edificios de los internados tenían formas diversas: unos castillos con hiedras o sin ellas y grandes jardines, otros con una arquitectura de los años 50 que parecía cubos, otros edificios cuidados sin nada en particular. Lo que sí tenían todos eran grandes espacios de jardines y diferentes deportes queé realizar y no sólo fútbol o béisbol… En fin, me daba igual a dónde fuera. Lo intenté durante mucho tiempo, hasta que terminé los estudios, pero sin suerte. Mi madre no quería mandarme fuera del país. Por cierto, recuerdo que mi madre cuando quería amenazarme por algo, por no estudiar o por portarme mal, me decía que me metería en un internado, pero no fuera de Venezuela, sino en un internado militar. Ahora lo recuero y me hace mucha gracia.

Retomando el hilo después de este flashback de mis intenciones de emigrar desde jovencito, trabajaba en televisión y teatro mientras vivía con mis padres para ahorrar dinero e irme.  Pero no ganaba lo suficiente como para emprender una vida fuera del país. Así que me vi obligado a trabajar de noche unos años para poder emigrar. Cuando llegó el momento no me fui directo a un páis. De hecho no sabía ni siquiera a qué país ir. Lo que sí quería era uno donde pudiera comunicarme correctamente y que su cultura no fuera muy diferente a la mía: No había mucho dónde ir: España o Portugal. Después de dar unas vueltas por ambos países, durante unos meses, decidí quedarme en Canarias.

Hace treinta y tantos años no existía salida profesional para un actor de teatro y televisión en las islas. Por supuesto que existían los grupos amateurs de teatro, pero no era suficiente para ganarse la vida. Mejor dicho, no alcanzaba ni para comer una semana. Tampoco había televisiones regionales donde participar en series o telenovelas. Apenas teníamos por aquel entonces unas horas al día de noticias regionales. La compañia de ballet en la que trabajaba dejó de recibir fondos regionales, así que ante ese panorama tenía que estudiar algo que pudiera darme una salida profesional. Era joven y no tenía experiencias o simplemente era muy fantasioso. Quizá fuera por eso de no tocar tierra, no saber que mi lugar en el sistema no era el tercer hijo, sino el cuarto. Entonces tuve la idea genial de estudiar diseño de moda y patronaje industrial. Solo queda reírme porque me veía trabajando para una empresa como patronista más que como diseñador. Pero claro, se me olvidaba que la industria canaria de la moda por aquellos años 80 era nula. Bueno, nula no, porque había un par de fábricas que creo recordar que hacían bañadores y eran buenos y bonitos y muchos talleres de confección a pequeña escala y a medida. Por supuesto que podía solicitar un puesto en Inditex con la condición de vivir en un pueblo apartado en Galicia de todo lo interesante para un joven de mi edad. ¡Vamos!, antes monto mi propio taller de confección. Y eso hice. Pero la crisis de 1990 me pilló con mercancía en tiendas que pagaban a plazos y cuando iba a cobrar ya estaban cerradas. Perdí todo mi capital en aquellos años y emprendí nuevo rumbo. Pasé por varios trabajos mientras estudiaba psicología en la UNED (en aquel entonces era por correspondencia) hasta que nos incursionamos cuatro  amigos en una empresa de decoración. Y hasta la fecha la seguimos teniendo aunque de esa sociedad ya solo quedamos dos.

Esta empresa me dio la oportunidad de viajar y conocer todo el lejano oriente. Una experiencia maravillosa que me ha permitido ser más flexible, conocer otras formas de pensar y, sobre todo, una nueva religión. En los hoteles de Bangkok solían poner en el cajón de la mesilla de noche la Biblia y un libro que se llamaba «The Teaching of Buddha» de Bukkyo Dendo Kyokai (Las Enseñanzas de Buda). Lo leía por las noches hasta las tantas. Recuerdo que me lo “devoré” en unos 5 días. Solo era cuestión de tiempo que llegara el cambio de religión. Y así fue, después de unos años meditando casi a diario llegó el día que fui al Dojo Zen de Santa Cruz de Tenerife y comprometerme, hasta donde puedo, con el budismo y con mi maestro Denkô Mesa.

Mientras tenía la empresa, allá por el año 1998, participé de varios talleres de escritura creativa y de publicaciones de cuentos en periódicos e incluso de una colección de cuentos de varios autores: «Entre Humo y Cuentos«. Se llamaba así porque todos los integrantes, menos una, fumábamos en los talleres. Sin saberlo me estaría preparando para lo que vendría después: mi blog de viajes. Con tanta información de viajes que iba recopilando y con mi experiencia de más de veinte años haciendo viajes muy largos, decidí crear el blog de viajes ¡Qué Gran Viaje! Y más tarde el canal de viajes con el mismo nombre en YouTube. Es una gran experiencia que me ha permitido conocer a más personas dentro del gremio del turismo, bloggers, youtubers y fuera de él. Puedo decir que tengo amigos en algunas ciudades de China, en Bangkok, México, Málaga, Sevilla, Madrid, Venecia, Inglaterra, Girona, Zaragoza, Valencia, Alicante… Y es muy gratificante. Actualmente el canal está parado por la situación sanitaria de la pandemia que nos ha tocado vivir. Pero que estoy seguro –por lo menos ahora– que lo podré retomar. Me da muchas satisfacciones a nivel de creatividad y también de recibir mensajes de personas diciendo que sus momentos tristes o tediosos mientras están en hospitales acompañando a enfermos, se hacen más amenos con los vídeos y posts del blog.

Llegué a las constelaciones por casualidad. Ya sabes a lo que me refiero, ¿no?, por “casualidad”. Alguien había participado en unas constelaciones y había visto tantas dinámicas de su sistema familiar que me vi tentado a probar. De esto ya hace unos cuantos años. Quizá unos cinco o seis, no lo recuerdo. Y también por casualidad llegó a mis manos la formación en Barcelona del Máster de Constelaciones Familiares y Sistémicas del Institut Gestalt. Me formé con Joan Garriga en Constelaciones Familiares, talleres con Marianne Franke de pedagogía sistémica, con Joan Corbalán en Constelaciones Organizacionales, con Mariana Machuca en una formación de Especialización de Constelaciones aplicadas a la consulta Individual, Profundización en Salud Sistémica con Stephane Hausner, taller de teatro terapéutico con María Laura Fernández Gastelu. Por supuesto talleres con Cristina Fusté, Marga Baró, Jordi Usurruaga, Alfredo Collovati en Ritual Sistémico, Carles Perellada, Marina Solsona, Esther Luis con la que también tuve el placer de hacer supervisiones de casos… Y seguro que me dejo a varios más.

Así que he unido toda mi experiencia de vida en una actividad que me llena en lo creativo y en lo personal. Estar al servicio de otros es un acto de amor que llena y expande cada vez más el corazón.

Muchísimas gracias por leerme e interesarte por mí.